viernes, 26 de septiembre de 2008

Fecha 1


Un castillo en llamas se divisaba a lo lejos, en la región de la estepa nórdica. Era invierno, el suelo estaba cubierto de nieve. Un grupo de hombres lobo, los hijos de Fenris, con su pelaje plateado, y un hombre miraban la trágica escena. Los acompañaba también un niño de doce años, hijo de un Fenris. Su nombre era Kossel.
Cerca del castillo un terrible demonio de color negro y del tamaño de una casa hacía estragos en el pueblo, por donde pasaba la nieve se derretía. Los árboles se pudrían a su paso, al igual que la hierba. Un olor a azufre cubría todo el perímetro.
-Es un demonio, corran al bosque, yo me voy a encargar- dijo el padre del niño.
Pero era imposible que pudiera él solo con esa abominación y todos lo siguieron, cargaron con sus armas contra el horrible monstruo:
-¡¡Por Fenris!!- fue su grito de guerra.
Kossel trepó a la enorme criatura, frente a él se abrieron dos enormes ojos, vio que adentro había personas y gusanos devorándolas. Kossel empezó a rebanarlos con la espada pero eran demasiados. Cada vez que cortaba uno éste se convertía en una horrible gelatina verde. Subió y subió por el cuerpo de la bestia, era como un enorme edificio de carne.
Kossel vio como el monstruo se regeneraba absorbiendo la vida de las personas que estaban en su interior, y casi es absorbido él también por esa cosa, pero logró abrir una brecha y salir. Un caballero se le paró adelante y lo golpeó en un brazo. Kossel perdió estabilidad y cayó hacia el suelo. Mientras iba perdiendo altura alcanzó a ver a su padre y a sus amigos dentro del monstruo a punto de correr la misma suerte que los demás.
Se despertó en una taberna de mala muerte, su pierna de pelaje color negro contrastaba con su pelaje marrón, era un souvenir de ese día. Sabía que algo grabe iba a pasar, como siempre que tenía esa pesadilla.

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Un enano de cabello pelirrojo y poblada barba corría por un pasillo de piedra. Varias cicatrices surcaban su rostro, parecía muy apurado.
-Por acá, hay que ir por acá- guiaba a sus acompañantes.
Atravesaron varios parajes y escucharon gritos desgarradores. El camino era circular e iba siempre hacia arriba, hasta que llegaron a un puente. Debajo había un río de lava, hacía mucho calor. Del otro lado del puente lo esperaba una mujer rubia, de ojos pardos y vestida con harapos, aún así era muy bonita. La mujer le entregó un bebé y cuando lo tuvo en sus brazos corrió hacia otro pasillo. El enano ahora estaba pálido.
Una segunda visión mostró a una enana, ella destapó las mantas que cubrían al bebé y dijo:
-Te cuidaré como si fueras mi hijo.
Un recuerdo más lo trasportó a una taberna enana, situada en Colgard. Allí había pasado los primeros años de su vida, su padre era un “señor de la guerra” entre los enanos y todos lo respetaban porque se había enfrentado a cosas que ningún otro se hubiera atrevido. Pero a pesar de eso él era diferente, cuando creció se dio cuenta de que la ciudad no estaba hecha a su medida y ninguna otra alma viva en ese lugar tenía cuernos como los de él. Si bien no lo discriminaban, tampoco parecían tenerle demasiado afecto. Su padre le confeccionó su armadura y sus armas especialmente y a su medida. Rudiguer era el nombre de su padre, su madre se llamaba Amelia y se preocupaba por él en exceso. A los doce años le dijeron que ellos no eran sus verdaderos padres.
Ahora ya habían pasado diecisiete años desde que lo habían adoptado como a su propio hijo, y le dejaron acceder al libro “El Saber Imperial” al que pocos podían acercarse. Allí se narraba el principio del mundo, desde la visión de los celestiales y de cómo había llegado a ser lo que era hoy.
-Padre, madre, quiero saber quien soy- les preguntó.
-Vos sos Kallandros.
-Soy más que mi nombre, quiero saber quien soy ¿Dónde me encontraron?
-Una vez viajé al sur, donde encontré este libro, en las fosas de Minoi, donde habitan cosas que no deben salir a la superficie.
-¿Qué cosas?
-Cosas que deberás conocer si quieres saber sobre tu origen.
Su padre sabía que ahora él se marcharía a buscar su destino y sacó su libro de viaje y se lo entregó:
-Esto te va a servir.
-Gracias padre
-Nene, ¿seguro que te querés ir?- le preguntó su madre con lágrimas en sus ojos.
-No, pero tengo que hacerlo.
-Estuve preparando esto desde el día que naciste- y le entregó una enorme maza.
Al día siguiente Kallandros se dirigió hacia el norte, cruzó el paso de la montaña, no era una zona muy poblada. Vio nubes de polvo a lo lejos, parecía una fragua. Una noche mientras acampaba junto al fuego escuchó ruidos. Ocho figuras se le acercaron, estaban vestidas con pieles y armados con espadas de hueso, eran los guardianes de la frontera.
-¿Quieren acompañarme?- los invitó.
-No, mejor hagamos las cosas rápido ¿qué sos?- le preguntaron.
-Jefe, parece un demonio…- le susurró uno de los ocho.
-Yo soy Kallandros de Colgard.
-Estas crecidito para ser un enano- y le golpeó los cuernos con sus nudillos.
-¿Qué quieren?
-Para empezar, todo lo que tenés.
Kallandros viendo que sería inútil seguir conversando tomó la maza.
-Son mis cosas- les dijo.
Uno de ellos le pegó con el canto de la espada a la mano para que soltara la maza, pero él no la soltó. La agitó hacia la mandíbula del extraño y le aboyó la cara con el golpe, la sangre lo salpicó.
En ese momento lo atacaron entre todos, un círculo mágico de color rojo lo rodeó, la maza irradió una luz roja. Los hombres frenaron el ataque, dos se resbalaron al ir hacia atrás. Kallandros aprovechó la ocasión, abanicó el arma, al primero le desintegró la cabeza, al segundo, le fracturó el brazo. Los demás cayeron al suelo con virotes clavados en sus espaldas. Alguien lo estaba ayudando, vio a una mujer de ojos amatista, piel negra y pelo blanco.
-¿Por qué no me pudieron dejar en paz?
-Porque son humanos
-¿y tú qué eres?
-Yo soy una cadormen. Mi nombre es Dalia Baenre.
-Yo soy un enano…
-Estás crecidito para ser eso
-Bueno, no soy un enano en realidad…
-Eso ya lo veo.
-¿Qué soy?
-Veo que no saliste mucho de tu casa ¿no? Sos un tiefling.
-¿Qué es un tiefling?
-Hay que explicarte unas cuantas cosas me parece. Va a ser mejor que levantemos el campamento de este lugar. Vamos.
-¿A dónde?
-Vení conmigo- y lo dirigió hacia las montañas.
-Pero voy hacia Hendial.
-Puedes partir mañana.
-¿A dónde me llevas?
-A la ciudad de mi madre. A Firehorn.
Así Kallandros es guiado hasta la ciudad de los cadormen, allí lo llevan al templo y le asignan una habitación para que descanse esa noche. Ese mismo día le presentaron a Madre Baenre, quien le dio la bienvenida. Kallandros volvió a preguntar qué era.
-Un tiefling es un hijo de demonios.
-¿Qué? ¿Demonios?
-Demonios, diablos.
-Yo no puedo ser hijo de un diablo.
-¿Por qué no?
-Porque traen la tiranía, no puede ser así…
-Todo puede ser.
-Debo irme, tengo que ir a Hendial.
-Vamos a hacer una cosa, partirás mañana y mi hija Dalia va a acompañarte. No me puedo arriesgar a que alguien te capture, ustedes descienden directamente de los dioses.
Así le explicó que los elfos de Morwell querían conseguir las seis energías, pero Kallandros no sabía que era eso y Madre Baenre le explicó que era esa misma energía que había hecho brillar cuando lo atacaron.
-Sería práctico que aprendas a usarlo.
-¿Cómo?
-Consiguiendo un maestro, no todos son malos. Puedes encontrarlos en Minoi, al sur.
Y así fue como Kallandros partió con Dalia, y después de algunos días, llegaron a esa misma taberna.

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En otro lugar muy alejado se encontraban los celestiales. Ellos eran la clase más alta del Imperio. Los que llevaban el orden a todas las razas, aunque no lo quisieran. Eran las manos de la diosa, los gobernantes del mundo.
Los niños eran educados desde pequeños con estos preceptos. Hasta los ocho años eran criados por una nana, y a partir de entonces ingresaban a un colegio, que era un internado. Hasta los diez años eran evaluados para conocer el talento individual, luego cada uno ingresaba a una de las siete escuelas.
Null había ingresado en la “Escuela de las Mil Campanas” una escuela especializada en investigación. En la misma todos los maestros no mostraban su rostro, todos llevaban una máscara puesta. Null lo primero que hizo al ingresar fue contar si efectivamente había mil campanas allí.
Alexia sin embargo fue asignada a la “Isla del Pentagrama”. Esta escuela era la que se encargaba de coordinar el imperio, de su desarrollo, de los asuntos ministeriales y de dirigir a las Mil Escamas.
Hasta los quince años estudiaban en la respectiva escuela a la que los asignaban según sus talentos y al cumplir esa edad los introducían en la sociedad haciendo una gran fiesta, a su vez los comprometían con alguien de otra familia.
A Null lo comprometieron con Salia, una hermosa chica rubia de ojos azules, pero él no parecía estar muy contento con el compromiso, al igual que ella. El padre de Null intentaba ubicarse políticamente ya que su casa estaba en decadencia y Salia era un general de la armada dorada, el partido perfecto.
Y su hermano Anis fue el prometido de Alexia. Ellos eran de la misma casa, llamada Bremen, y a ella no le causaba ninguna simpatía casarse con su primo. A su vez seguía pensando en su amigo Lance, al que no había vuelto a ver. Él era de la “Casa de los Mártires”, la casa de más bajo rango y sin posicionamiento político. A sus integrantes los enviaban a evangelizar al Umbral, más allá del Imperio, y pocas eran las veces que regresaban y menos las que se casaban.
A Alexia toda esta movida política no le interesaba en lo más mínimo, no así a su padre.
Y ese día era la fiesta de presentación en sociedad. Alexia estaba sumamente deprimida, al lado de su rubio prometido. Junto a ellos Salia le acomodaba la ropa a Null. Alexia dijo que se iba a servir algo para tomar y se dirigió hacia una mesa de bebidas. Null la acompañó.
-¿Siempre es así?- le preguntó Alexia.
-La mayor parte del tiempo.
Ella empezó a tomar alcohol hasta quedar totalmente ebria.
-No voy a casarme, voy a escaparme de casa- le confesó a su futuro cuñado.
En el medio de la fiesta el hermano mayor de Alexia, Sergis, aterrizó en las escaleras, justo cuando Null la abrazaba para que no se cayera.
-¿Alexia estás bien?
-Sí- le dijo con una voz muy rara.
-¿Dónde está papá?
-Se fue para allá, con los dragones- le señaló.
Momentos antes habían visto a su padre caminando junto a Imerion y dos dragones más, estaban bastante apurados y entraron a una sala.
-Cuidala- le pidió a Null y se dirigió hacia el lugar donde le indicó Alexia.
Null llevó a Alexia a su habitación, y ella le cerró la puerta en la cara.
Cuando salió intentó buscar al padre de Alexia, pero no pudo encontrarlo. Sus intenciones eran avisarle del escape que tenía planeado su pequeña hija.
Pero no pudo seguir con su búsqueda porque le asignaron una misión. Se habían reunido los líderes de las catorce casas y los siete celestiales (uno de ellos era una mujer) y decidieron enviar un mensaje a la reina, la Madre Oso, que habitaba en el Norte, en Godham. Le dijeron que llevara con él a un mensajero. Así Null volvió a la habitación de Alexia y se acostó a su lado, esperando que despertara. Cuando ella despertó y lo vio le preguntó sobresaltada.
-¿Qué hacés acá?
-Vos me dejaste entrar.
-¿Qué hice?
-Que no hiciste- dijo risueño. Ella estaba furiosa, pero a su vez sabía que se merecía lo que sea que le hubiera pasado (aunque no había pasado nada en realidad Null se divertía al torturarla con ese día).
Alexia y Null viajaron mucho tiempo, un largo año les llevó llegar hasta Elgart. Llegaron en el medio de un clima muy frío, había un viento incontrolable y una tormenta azotaba todo a su paso. Luego de avanzar varios días por un desierto y cruzar el paso de Firehorn. Llegaron a Hendial.

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Empezó a llover. A lo lejos se divisaba la ciudad amurallada de Lessender. Al paso de ellos la vegetación se iba secando, Luna estaba destruida, Lareth lloraba, sabía que su maestro no iba a sobrevivir. Llevaban tres días de viaje y Luna llegó a sentir que la colocaban cerca de un fuego. Uno de los renos cayó muerto por el esfuerzo y Lareth intentó construir unas dagas con sus cuernos.
-¿A dónde vamos?- le preguntó con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Vamos con los hombres- le respondió él.
Luna estaba muy herida, tenía el brazo quebrado, le habían intentado arreglar un hombro dislocado y tenía derrames en uno de sus ojos.
Continuaron el viaje como pudieron y en el camino un transporte se les atravesó obstruyéndoles el paso. El reno de Lareth cayó exhausto al suelo por la larga caminata sin descanso. Una persona con el cabello blanco se les acercó. Luna se cubrió el ojo lastimado con una tela. Este hombre llevaba un arco a su espalda y armadura de cuero ceñida. Lareth se paró delante de Luna para protegerla, pero el hombre se sacó la capucha, era un Elandrin. Lareth soltó la improvisada espada y puso la rodilla en tierra, el hombre le pidió que se parara. Luna estaba al borde del desmayo y veía todo borroso.
-¿Qué le hizo?
-Casi la mata- le respondió Lareth.
-Llevémosla para que la gente de Fenris la cure.
Luna se despertó en una carpa, el fuego estaba encendido. Estaba desnuda, cubierta con pieles, en las heridas tenía una especie de pasta que las estaban cicatrizando. Entró una mujer, tendría unos cincuenta años de edad que le habló en un idioma que no entendió. Ella se tiró hacia atrás instintivamente. La mujer comenzó a machacar hierbas con un mortero, luego le agarró el brazo, sacó un cuchillo y comenzó a sacarle el ungüento. Luna se dio cuenta de que la estaba curando. Por último la vendó y ella le agradeció, luego volvió a dormirse.
Cuando abrió los ojos nuevamente la vio a su hermana, a su lado estaba Lareth, y dos hombres más. Su hermana entró a la tienda y le preguntó:
-¿Estás bien?
Ella la abrazó llorando. Kaellis le pidió que por favor se tranquilizara, le dijo que ahora ya estaba a salvo.
-¿Telien?
-No salió de la ciudad.
Ella comenzó a llorar aún más. Su hermana la consoló diciéndole:
-Nosotros te vamos a ayudar a ponerte bien. Te vamos a llevar con la Madre Oso que te va a enseñar a usar tu don. Ahora por favor descansá.
-No tengo sueño, no quiero dormir, tengo pesadillas. Ya se acabó esto, pero no del todo, no hasta que muera- sus ojos estaban perdidos en el odio.
Al día siguiente Luna salió por fin de la tienda, le dieron un gran cobertor de piel, hacía mucho frío. Había varias personas en el campamento. Kaellis le contó que eran aquellos colonos que había apoyado a su padre, y que ahora vivían allí.
-Aquí la tierra no es buena- dijo Luna.
-Nunca lo va a ser, lo dijo la Madre Oso.
-Mejor, así se curten los mejores guerreros.
Luna vio enanos por primera vez, a su paso los elfos y los humanos se arrodillaban. Un hombre le dijo: “su padre me enseñó muchas cosas, es un honor servirle”. Su hermana la llevó hasta una choza, allí la esperaba un hombre mayor, con bigotes y rostro muy demacrado. A su lado estaban su hijo y su hija. Todos se arrodillaron cuando ella entró.
-Bienvenida a nuestro campamento, su majestad.
-No soy reina de nada.
-Para nosotros siempre lo será.
-¿Cómo están las cosas?
-Lessender fue anexada al reino de Morwell. Las últimas dos semanas han llegado tropas desde allí, se perdieron todas las cosechas.
-No tendrá qué comer… ¿Qué saben de Galatea?- agregó.
-Está en Morwell.
-Intentarán sacarle el don que no tiene.
-Tu marido deberá responder por lo que hizo.
-¿Habrá una forma política de recuperar la ciudad?
-Lessender está perdido, yo no arriesgaría a nadie. Lo que podemos hacer es esperar y atacar en el momento adecuado. Por eso es necesario que aprendas a usar el don.
-Fundaremos una nueva ciudad, lejos de esos malditos.
-El mundo es muy grande.
“Al igual que mi odio” pensó.

Luna fue conducida hacia una cámara. “Sólo tú puedes entrar” le dijeron. La puerta se abrió, vio una garra blanca y luego a una enorme osa polar, vestida con una túnica sencilla.
-Luna, bienvenida, pasa por favor.
-Hola
El lugar donde habita la Madre Oso era muy simple, había estantes de madera llenos de libros, papeles y una pluma. El lugar era muy acogedor.
-¿Cómo estuvo el viaje?
-Bien.
-Vamos cerca del fuego, los años me están cayendo mal.
Vio que ella tomaba una tetera y le ofrecía:
-¿Té?
-Gracias.
La Osa armó una mesa de té muy común. El olor de las hierbas llenaba toda la habitación, acercó su pata a la tetera y calentó el agua. A Luna el olor le hizo acordar a los campos que veía cuando viajaba, recordó la paz absoluta, la tranquilidad, se acordó de lo que era la felicidad. Era evidente que la Osa intentaba distenderla.
-Ahora ¿para qué querés aprender tu don?
-Es una tradición en mi familia, para los colonos.
-Eso es muy noble, pero no es para lo que te fue heredado. Ahora dime lo que habita en tu corazón.
-Para matarlo, destruir todo hasta que no quede ni una piedra. Le juro que no quisiera que fuera para eso.
-Lo sé, sé lo que te hicieron, comprendo tu odio, he visto caer mucha gente por él. Muchos más de los que te imaginas. Nosotros los guardianales, que tenemos el poder de Danwe estamos para mantener el equilibrio. A veces van por el mismo camino que nuestros deseos, a veces no. Él no merece seguir viviendo pero antes sería mejor que se arrepienta.
-Entiendo perfectamente sus palabras, pero no quiero hablar con él cuando lo tenga enfrente. Si considera que no es correcto enseñarme lo entenderé.
-Te enseñaré, confío en tu juicio. Sé que no lo usarás para nada que no sea necesario. A veces el equilibrio se desbalancea y hay que ponerlo en su lugar.

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Null y Alexia entraron a la taberna, iban vestidos muy lujosamente para los parroquianos que habitaban ese lugar y cuando entraron llamaron la atención mucho más de lo que hubieran querido. Null le reprochaba a Alexia que hubieran entrado allí. Pidieron algo para comer, todos alrededor los miraban como queriendo tirárseles encima.
Kossel comenzó a escuchar sonidos extraños afuera, y vio a los dos entrar y sentarse a la mesa. No muy lejos, un hombre encapuchado estaba charlando con una cadormen, ese era un día demasiado extraño y presentía problemas desde que se despertó.
Un grupo cerca de la puerta los estaba mirando desde que llegaron y en un momento se dirigieron hacia ellos, el hombre encapuchado se paró para ayudarlos, con la desgracia de que la capa se le cayó y todos vieron que era un Tiefling. Kossel enseguida los interceptó.
-Será mejor que se vayan de este lugar- les dijo.
-¿Por qué? No hicimos nada malo- le dijo Alexia inocentemente.
Null le dijo que se fueran y Alexia dejó una moneda imperial sobre la mesa. Cuando cruzaron la puerta los siguió Kossel.
-¿Qué es esto?- les dijo mostrándole la moneda.
-Es el pago por lo que comimos…
-Esto no sirve- dijo llevándose la moneda a la boca y mordiéndola con sus dientes.
-¿Esto sirve?- le dijo Alexia mostrándole su daga labrada y que valía más que lo que Kossel pudiera ganar en un año.
-Mmmmm sí… está bien.
Detrás de ellos venían el Tiefling con la cadormen.
Escucharon ruidos en el pueblo, estaba siendo atacado. Alexia enseguida se dirigió hacia allí para ayudar, seguida de Null. Kossel vislumbró unas sombras que se dirigían hacia la taberna se dirigió hacia allí de inmediato. Eran jinetes no muertos.
Varios perros monstruosos comenzaron a saltar de las casas y los atacaron, otros atacaron al Tiefling y a la Cadormen mientras otros intentaban entrar en la taberna.
En pleno combate un águila enorme aterrizó en el suelo. Sobre ella iban dos elfos, que viendo el problema también los ayudaron.
Cuando la situación se calmó lograron divisar a lo lejos a un monstruo del tamaño de una montaña, negro, que desintegraba la vegetación a su paso. Era un Jurguenot, demonios antiguos que eran usados por los dioses para crear nuevos seres, los Señores de la Muerte los habían convertido en fortalezas móviles. Y había cinco de ellos en el mundo.
-Hay que detener a ese demonio como sea- dijo Luna- Barraí dijo que nos encargáramos de esto.
-¿Puedes dispararle una de tus flechas?- le preguntó el Tiefling a Alexia, quería acabar con él en ese preciso instante.
-No creo que mis flechas lleguen hasta ahí, es muy lejos, y aunque le diera no creo que le hicieran daño.
Entonces viendo que no había nada que pudieran hacer contra un demonio de dos kilómetros y medio de alto, todos decidieron ir a ver a Barraí, la Madre Oso, y entregarle el mensaje de los celestiales.