lunes, 25 de agosto de 2008

Personajes: Alexia



Alexia era la hija menor de tres hermanos. Su hermano mayor Sergis era su protector sobre todos los demás y la quería como a ninguno. Él sería el heredero del clan al morir su padre. Cabellos negros, ojos grises como los de su progenitor y un gran don para manejar las armas. La segunda hija, Amelia, era el vivo retrato de su madre, el cabello rubio, los ojos verdes, su belleza era incomparable a cualquiera de las mujeres de su pueblo. Alexia era, como suele ocurrir, la más mimada, el cabello rubio le caía largo sobre la espalda pero tenía los ojos grises de su padre.
Nació en el seno de una familia feliz, y se crió entre los muchachos de su edad. Su hermano la entrenó en el arte de la espada y la magia como debe ser a toda protectora del orden, fiel a la diosa Asagoth. Y si bien no destacaba por su belleza, al igual que Amelia, sí se destacaba por su poder. Todos predecían que al crecer ella sería la más poderosa en la familia.
Amelia se casó cuando ella tenía diez años. Grande fue la fiesta y todos decían que Amelia ese día irradiaba más luz que el mismo sol, pero quienes la conocían podían ver cierta tristeza en sus ojos. Alexia había estado jugando toda la fiesta, los niños podían jugar a sus anchas y nadie los molestaba ya que los adultos estaban muy ocupados conversando y comiendo. El marido de Amelia tenia de sirviente a un muchacho, su nombre era Lance. Todos se sorprendían al verlo porque él era diferente. Pero Alexia no era como los demás, a ella le intrigó y le sorprendió que él estuviera solo. Así que se acercó a hablarle.
-Hola ¿quieres jugar conmigo?- le preguntó
-¿No tienes miedo de mí?
-No, ¿Por qué tendría que tenerlo?
-Porque yo no tengo alas como ustedes.
-No necesitas alas para poder jugar- le sonrió.
Lance y Alexia jugaron juntos todo el día de la boda. Al finalizar el evento Alexia se había divertido tanto que no quería decirle adiós. Cuando su hermano la llamó para irse las lágrimas rodaron por sus rosadas mejillas.
Su padre la vio llorar junto a ese niño y se enfureció.
-¿Qué le has hecho?- le dijo y lo golpeó tan fuerte que el pobre Lance cayó sentado al suelo, pero no dijo nada.
-¡Papá! No le hagas daño, él no me hizo nada.
-¡No quiero volver a verte cerca de mi hija!- le advirtió. Tomó a Alexia de la mano y la arrastró hacia el carruaje que los llevaría a su hogar. Dentro ya la esperaba su madre.
-¿Por qué lloras Alexia?- le preguntó ella dulcemente.
-Por que ya no voy a poder volver a jugar con Lance.
Su madre la abrazó y la consoló, no así su padre que era muy severo y terminante en sus decisiones.
Pero Alexia y Lance volvieron a verse. Alexia iba a pasar el verano a la casa de su hermana y ella era cómplice de sus constantes escapadas al bosque. Ella sabía que él era un buen muchacho y no les prohibía verse. Pasaron cinco años y se vieron cada verano, pero al siguiente Lance ya no se encontraba allí. Grande fue la desilusión de Alexia quien preguntó a su hermana adónde había ido. Ella le respondió que no lo sabía. El pequeño Samuel, su sobrino, jugaba en la falda de su madre.
-Dime la verdad Amelia ¿papá tuvo algo que ver en esto?
Ella no le respondió pero sus ojos no mentían. Era evidente que su padre había tenido que ver en la desaparición de Lance. Cinco años más pasaron, ninguna noticia tuvo de él todo ese tiempo. Su vida continuó igualmente, pero jamás olvido a su mejor amigo de la infancia.
La relación con su padre se enfrió mucho luego de que Lance se marchara. Ella lo comprendía, pero no aceptaba su forma de pensar. Para ella Lance nunca fue diferente, pero para su padre parecía equivaler al mismo demonio.
El tiempo pasó y Alexia se convirtió en una mujer, varios fueron los que pidieron su mano y su padre la cedió a un general del ejército. Ni siquiera sabía su nombre y ya era su prometido. Y si la relación con su padre antes se había enfriado, en ese momento se congeló.
-No me casaré- fue su rotunda negativa.
-Tú harás lo que yo digo, y no se hablará más del asunto!- le dijo enfurecido.
Y si bien Alexia nunca lo había desobedecido esta vez decidió seguir lo que dictaban sus propios pensamientos. Si algún día se casaba sería ella la que elegiría con quién. Ese día tomó algunas de sus pertenencias y escribió una carta a su madre.
“Sé que te pondrás triste al leer esta carta. Perdoname pero no voy a obedecer a mi padre. No quiero seguir los pasos de Amelia y no me casaré sin amor. Quiero ser feliz y ahora soy feliz estando sola. No quiero atar mi vida a la de una persona que ni siquiera conozco. No llores por mí, prometo que volveré algún día a casa, no sé cuando será, quizás cuando mi padre ya no tenga poder sobre mí o esté con la persona que realmente ame, sea quien sea. Quiero que sepas que te quiero mucho y aprecio todo lo que hiciste por mí. Adiós”
Y mirando por última vez el castillo, salió hacia el paso atravesando las murallas de la ciudad.

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