miércoles, 17 de junio de 2009

15 años después

Torre Blanca– Tres meses después.

Ese día Null y yo llegamos a la Torre, viviríamos allí a partir de entonces. Esos tres meses ayudamos a Nellens a reconstruir la ciudad, habíamos logrado reacomodar a su gente y cuando todo quedó en orden nos fuimos deseándoles mucha suerte.
En la Torre había dejado a cargo Kuman, él se convirtió en mi primer guardián y yo le tenía mucha confianza. Los Aasimar me habían tomado como su nueva líder y yo intentaba cubrir sus expectativas lo mejor que podía. Cuando llegamos estaba todo listo, el castillo sería nuestro hogar a partir de entonces.
-Señora, bienvenida- dijo haciéndome una reverencia.
-Gracias por todo Kuman- le dije sonriendo- y no seas tan formal.- Él sonrió también y me dijo:
-Los están esperando en el salón para la cena.
Me costaba bastante todavía acostumbrarme al hecho de tener tantas responsabilidades pero Null me ayudaba mucho con todo eso. Al día siguiente cuando revisé la correspondencia encontré una carta de Luna. Me dijo que estaba esperando un niño y que vivía ahora en un bosque junto a Lareth, me decía que él ahora se dedicaba a cultivar y que su casa era pequeña pero confortable. Habían terminado de construir un pequeño altar y dijo que iba a ser en honor a Danwe.
Me dispuse a responderle:
“Hola Luna, ¿cómo estás? Estoy muy contenta por la noticia, los felicito a los dos y prometo que iremos a visitarlos pronto para conocer su casa. Nosotros estamos bien, me es todavía bastante difícil esto de liderar a mi gente pero creo que lo estoy llevando bien, igual creo que no podría hacer todo esto sin ayuda de Null. Ayer vinimos a vivir a la Torre, en Garrat quedó todo perfecto y Nellens fue elegido para ser el primer emperador, me puse muy feliz por él y más aún porque Dalia está esperando un niño. Nellens estaba muy contento (más que por ser emperador) y ella también. Los dos te mandan muchos saludos. En la Torre todo quedó perfecto y fui a Bellizard y todo estaba en orden, creo que la ciudad ahora va a tener un nuevo brillo con los humanos habitando en ella. Null se la pasa leyendo libros, creo que quiere aprender a usar magia arcana, le es difícil pero poco a poco creo que lo está logrando. Yo por ahora me dedico a descansar y a ayudar en todo lo que pueda a mi gente. No hay mucho más para contar así que me despido por ahora y seguramente nos veremos pronto. Te quiere: Alexia.

Cuando estaba cerrando el sobre escuché abrirse la puerta.
-¿Nunca vas a golpear no?- sabía que era Null.
-¿Qué estás haciendo?
-Le escribo una carta a Luna.
-Mirá esto- me dijo alegremente. Lo vi concentrarse y de pronto de su mano había brotado una llama de color rojo.
-¡Lo conseguiste!- le dije y me abracé a su cuello.
-Bueno, bueno, no hace falta hacer tanto escándalo, esto es solo el principio.
-¿Me vas a enseñar?
-¿Viste? desde que nos conocimos y estuvimos juntos esa noche no hago más que enseñarte cosas…
-No vas a lograr seguir torturándome con eso, ya no me importa.
-¿Ah no?
-No- le dije y lo besé tiernamente en los labios. Él pareció sorprendido.
-Pensé que no lo ibas a hacer nunca- me dijo sonriendo.
Él siempre haciendo sus bromas, incluso en un momento como ese. Me ruboricé un poco, era la primera vez que besaba a alguien.



Torre Blanca – Quince años después.

Extracto del Diario de la Dama Alexia:

“Pasaron quince años desde aquel día, el día de la batalla que se llevó demasiadas vidas. Allí, en el campo de guerra solo se levantaba ahora la Armada Dorada, inmóvil. Tenía conmigo la tiara, el último regalo de mi difunto padre, pero no había logrado hacer que esa mole se moviera, y tampoco había sido necesario. Ahora la hierba verde cubría todo el lugar. Había hecho construir un gran túmulo entre las dos torres, para que todos recordaran el horror de aquella guerra inútil. Todos habían sido enterrados allí, humanos, elfos, aasimars, tieflings, y el túmulo era en honor a todos ellos. Todos los años celebrábamos allí una ceremonia para recordar a los caídos.
A pesar del dolor, eso nos dio la oportunidad de cambiar, no solo nuestro anterior sistema político, sino también lo referente a toda nuestra sociedad. Formamos nuevas casas, nuevas escuelas, nuevos ejércitos que servían para la defensa. En los últimos años los ataques de bandidos a algunas de las ciudades aledañas habían aumentado y nos convertimos en los protectores de la región, ayudando a los humanos en Bellizard y a los dragones en Garrat, con los que teníamos siempre buena relación.
Nuestro mundo se había vuelto un lugar pacífico y todos disfrutamos esa paz.
Amaba ver a los niños correr por el castillo y la torre era ahora mi hogar, la llamaban la Torre Blanca. A lo lejos se veía como una simple aguja que parecía querer alcanzar el cielo, pero ya llegando allí se podían ver todas las casas que la formaban y como se iban uniendo a través de miles de escaleras y arriba en la cumbre se alzaba el castillo.
Había perdido a mi familia, pero a su vez pude volver a formar otra. Null siempre estuvo a mi lado, todos esos años y seguramente no habría podido hacer nada si él no me hubiera acompañado. Ahora él se encargaba de dirigir la escuela de “Sofía”, donde muchos querían ir a aprender a utilizar magia arcana y no le negábamos la entrada a nadie allí, incluso había elfos y humanos que desde lejanas tierras se acercaban para aprender y Null era feliz de poder compartir sus amplios conocimientos. Si bien llevaba el mismo nombre que la anterior escuela en Bellizard, sus valores no eran los mismos. A mí me hubiera gustado también enseñar, pero todas mis responsabilidades no me lo permitían, así que reprimí ese deseo en un beneficio mayor.
Había dos escuelas más, la de los guerreros, cuyo emblema era un guerrero alado en armadura dorada en honor a mi hermano y yo había seleccionado a Kuman para que la dirigiera. La última escuela era la más importante de todas, aquella que enseñaba los valores políticos y sociales que nuestro nuevo sistema quería impartir. Era la escuela que formaba a los futuros gobernantes y yo misma me encargaba de escribir algunos de sus libros de texto. El que estaba encargado de enseñar era un antiguo maestro mío, el señor Tantalus. Él me había enseñado muchos años atrás los valores que yo profesaba, aún sabiendo que era para él un peligro en aquella época. Él era el maestro que yo más quería y del que más había aprendido, obviamente no era lo que impartía a todos los alumnos pero sí a aquellos que los pudieran entender. Ahora era el más respetado de todos los maestros, y mi consejero personal. Tanto su lema como el mío era simple y se podía resumir en tres palabras: Igualdad, Libertad y Justicia”

La Dama Alexia cerró el libro en el que estaba escribiendo y salió al patio, era un hermoso día soleado y quería recorrer los jardines, allí estaba Elisha con un grupo de niños del primer grado, entre ellos su hija Mellian de seis años.
-¡Mamá!- gritó y corrió hacia ella y la abrazó. La Dama le sonrió y la alzó en sus brazos. Mellian era el vivo retrato de su madre, cabello rubio y lacio, pero tenía los ojos azules de su padre. Dos pequeñas alas sobresalían de su espalda.
-Hola Mellian, no estarás haciendo enfadar a Elisha ¿no?
-No mamá, siempre me porto bien con la maestra.
-Así me gusta. Ahora ve a jugar con tus compañeros.
-Dama Alexia- la saludó ella.
-Hola Elisha ¿Todos los niños están bien?
-Demasiado, son muy traviesos- le dijo ella sonriendo- en especial tu hija.
La Dama le sonrió divertida y le dijo:
-Creo que salió a su padre.
-De eso no cabe ninguna duda.
Sabía que su hijo mayor Sergis estaba en una de sus clases, en el salón más alto de la torre, practicando junto a su padre. Él era su orgullo, tenía el cabello rubio muy claro, casi blanco y los ojos grises como los de su madre. Había entendido el arte de la magia arcana mucho más rápido que él, claro, ahora la esencia no existía en el mundo y para los que nunca la habían logrado comprender utilizar otro tipo de técnicas era mucho más fácil.
Luna le había dicho en su última carta que enviaría a dos de sus hijos a estudiar en su escuela y se apresuró a responderle:

“Hola Luna ¿cómo están las cosas en Orodwen? Hace mucho tiempo que no lo visitamos, seguramente creció mucho más que la última vez. Aquí las cosas siguen como siempre, y me alegro que esta paz continúe. Sergis sigue progresando con su padre en el uso de la magia arcana, de hecho le gusta demasiado ese mundo, en eso salió a él. Mellian sigue creciendo rápidamente, le gusta mucho la escuela y jugar con sus compañeros. En respuesta a tu pregunta será un honor recibir aquí a tus hijos. Luneth ingresará a la escuela Sofía, a cargo de Null si ese es su deseo. En cuanto a Tellien quedará en muy buenas manos, Kuman lo guiará para que siga el camino de un buen guerrero. Creo que Nellens también quiere enviar a sus mellizos a nuestra escuela, estaré feliz de recibirlos a todos. Null les manda saludos y ambos los vamos a estar esperando. Besos.
Te quiere: Alexia.”

(escribió Naty)

*****

Orodwen

¡¡Niños!! ¿Dónde están?-
Los tres chicos mantenian silencio escondidos en la pequeña arboleda al costado de la casa.
Escondidos entre los nogales y avellanos, los niños querían que la madre los encontrara. El más grande tenía pensado que sí perdía y era el primero en caer bajo las garras de su buscadora, entregaría a los otros. Y así fue.
Luna miró a los pequeños. Su hijo mayor, Telien Galad, tenía 14 años y era la viva imagen de su padre. Pelo corto negro, porte, no era demasiado alto pero si espigado. La del medio, Luneth Tiris, era más parecida a ella, de 10 años de edad, tenía una figura menuda, era alta, inusualmente alta, y sus cabellos dorados se veían más hermosos en combinación con sus ojos profundos azules. Por último, las más pequeña, de sólo 8 años, Kael Galatea, era muy simpática y seguramente la más mimada de todos, por sus padres y por sus hermanos. De mirada astuta, sus ojos color miel escrutaban todo escenario para ponerlo a su favor.
Vamos, que es hora de almorzar- dijo Luna.

Los cuatro caminaron unas pocas cuadras del pequeño pero importante poblado de Orodwen (Dama de la Montaña) con destino a la Iglesia principal. El pueblo en sí era pequeño, pero iba creciendo día a día. En verdad eran dos pueblos. Uno, ubicado sobre el corte vertical de una montaña (quizás producto de la Segunda Guerra del Caos), gozaba del curso de un río de deshielo y de varias pequeñas cataratas que formaban pequeños lagos, algunos con importantes cavernas llenas de agua. Este era el Orodwen superior. Y el otro, en la parte baja del río, donde vivía la guardia del pueblo y una porción importante del campesinado, era el Orodwen Inferior. En ambos pueblos, el agua nunca faltaba, pese a la elevación del terreno. Este pueblo se había convertido en un refugio de muchos sobrevivientes de la guerra, principalmente de familias huérfanas. Vivían en relativa armonía y tranquilidad, puesto que todavía nadie había querido adosar el pueblo a su reino. Se había desarrollado una pequeña industria textil, por pedido de Luna, y había abundante comida: dada la amplía cantidad de agua, el sistema de riego por terrazas que había instaurado Lareth se había ampliado y daba fructíferas cosechas de maíz, tubérculos y otras variedades de vegetales. Había en la parte más baja de la ciudad una plantación de trigo con el que hacían pan, pero era pequeña así que en muchos casos utilizaban arroz. Se mantenían varios animales, principalmente aves de corral, cabras, corderos y cerdos. Era muy difícil criar vacas a tanta altura, aunque en la zona del Orodwen inferior se daba una buena cría de caballos, dado que a ambos costados de la montaña había algo de estepa con espóradicos bosques. No obstante, los bosques que no estaban sobre la estepa se mostraban exhuberantes sobre la falda de las montañas. No llovía demasiado en la zona, la montaña cortaba casi toda tormenta, no obstante, se daban muchas lluvias cortas.
En la parte superior de la ciudad, la más poblada, había un buen número de casas, la iglesia principal, el mercado y alojamientos. También había una textil, talabarterías y una pequeña compañía dedicada a la minería en las montañas, que también fabricaban ladrillos para la
construcción. Contaban con un vidriero experto, y varios herreros. En sí, era una ciudad bastante completa. La iglesia era el edificio más grande, puesto que contaba con dos anexos, uno para el orfánato, de dos pisos, con un comedor, cocina y baños en la planta baja, y las
habitaciones en el segundo piso. El otro anexo era la parte de la escuela, pocas habitaciones espaciosas para los alumnos, una biblioteca pequeña y un patio externo donde practicar alguna
actividad marcial o deportiva. La Iglesia era donde se congregaban los fieles a recordar los preceptos que dictaba Luna una vez por semana. Adornaba la iglesia un altar dedicado a Danwe.
Había una placa que rezaba: "Danwe nos dio la vida a nosotros, al mundo. No olvidemos nuestro lugar en él ni nuestra alma. Demosle comida al hambriento, ropa al desnudo, salud al enfermo,
educación al ignorante. Hagamos del mundo un lugar mejor para vivir en paz y tranquilidad".
Como se dijo antes, la gran mayoría del pueblo eran sobrevivientes de guerra, pero otros tantos habían venido de Lessender al enterarse que la Dama de los Cuatro Vientos era la sacerdotisa de Orodwen. Así que el núcleo central de la ciudad era de gente con buena predisposición en la vida y muchos conocidos.
Por la parte inferior de la ciudad cruzaba una carretera que unía dos grandes ciudades, con una salida especial para Orodwen. Así que la ciudad no estaba escondida. La parte inferior contaba con unas murallas altas, levantadas por solicitud de Lareth para custodiar el pueblo de bestias salvajes y bandidos que hayan sobrevivido a la Guerra. Lo mismo la parte superior de la ciudad, no obstante las murallas de la parte superior solo cubrían los bordes, al estar en elevación.

Al llegar a la Iglesia, Luna saludó a uno de los pequeños hijos de Adirne, su "asistente". Adirne era una mujer de unos cuarenta años, madre de ocho hijos, la mayoría de distintos padres. Su último esposo, el que según Adirne más amó, había fallecido en la Guerra y la única forma que encontró de mantenerlos tras la muerte de su amado, fue en la Iglesia. Los chicos (y chicas) ayudaban en todas las tareas de la Iglesia, desde cocinar hasta limpiar, ordenar los libros, entrenar en la escuela. Eran buenos chicos y Luna tenía muchas expectativas en ellos.
El pequeño guió a los cuatro elfos al comedor central. Adirne estaba sirviendo un guiso de maíz con carne y arroz con vegetales. Era la comida más tradicional. Los chicos del orfánato estaban comiendo para luego reintegrarse a las clases. Hacían de todo: estudiaban, entrenaban, oraban. La idea era que al final de su curso pudieran convertirse en ciudadanos del pueblo o bien emigrar a ciudades más grandes para establecer lazos comerciales y engrandecer Orodwen. Pero principalmente la intención era educarlos y que no les falte nada.

Los chicos saludaron a Luna y se pusieron a jugar con las pequeñas. Telien se mantuvo junto a su madre, sabía que los otros chicos lo respetaban mucho y mantuvo su compostura. Todos se sentaron a comer. El único que faltaba era Lareth, que desde su posición de esposo de la sacerdotisa, era virtualmente el gobernador de la ciudad, y repartía su tiempo organizando lo que faltaba. Si se echaba en falta un ceramista, iba a alguna ciudad cercana y contrataba uno, si la suerte acompañaba, quizás lo tentaba de ir a vivir a Orodwen. Y así estaba en todos los detalles.

Sí, la vida en Orodwen era tránquila. No obstante, Lareth y Luna tuvieron que usar sus armas algunas veces. Siempre se escapaba alguna bestia salvaje que deambulaba por ahí y atacaba el pueblo, ni hablar de pandillas de ladrones que habían sobrevivido la guerra. Por eso ambos creían importante no solo formar a los pequeños y a los ciudadanos de forma intelectual, sino también darles algún entrenamiento militar, para que pudieran defender su pueblo en caso de necesidad. Lareth se había encargado de tener una buena guardia del pueblo, reclutando algunos viejos conocidos de Lessender. Incluso logró rescatar el escudo de la familia Tempestas, que yace en la casa de ambos, y las armas de Telien, el maestro de armas de Luna, lo que provocó el llanto de la sacerdotisa.

Cuando terminaron de comer, Telien y Luneth empezaron a saludar efusivamente a los chicos: la gran mayoría de ellos habían crecido con ellos dos. Era tiempo de partir para los más hijos más grandes de Luna. La última carta de Alexia le había confirmado la posibilidad de llevar a Telien a entrenar a la Fortaleza de Arathiel. Luna deseaba que su hijo llevara los valores que manejaba la Dama Alexia, sus códigos y virtudes. Y a Luneth, que siempre había demostrado interés en el mundillo mágico, la dejaría en manos de Null, esposo de Alexia y excelente hechicero. Telien era el más reticente con la idea, sentía gran afinidad por explorar los bosques aledaños a la montaña, y disfrutaba usar las cimitarras de su madre cuando ésta no estaba. Incluso su padre le había enseñado algunas triquiñuelas. Pero la decisión de Luna era incuestionable. La pequeña Luneth, en cambio, veía con agrado la mudanza, aunque le iba a costar horrores desprenderse de su familia y amigos.
Volvieron a la casa y tomaron sus cosas, Luna se calzó su armadura pesada (regalo de Null, mágicamente diseñada para no limitarle su movilidad), sus dos espadas, capa y tomó algo de oro y raciones para el viaje. Hizo una rápida selección de objetos útiles para la travesía. Telien tomó las armas de su tocayo, antiguo maestro de armas de su madre, que eran el regalo de sus padres. Y la joven Luneth terminó de guardar algunos recuerdos que quería llevar. Los
tres ya se habían despedido de Kael, que se había quedado con Adirne hasta que volviera Lareth.

Los tres elfos salieron de la casa y se despidieron de muchos amigos del pueblo. Luna volvería pronto, pero los otros dos quizás en unos años. Bajaron por la Gran Escalera que unía las dos partes de Orodwen y cuando llegaron el inferior, vieron tres caballos ya ensillados y a Lareth esperandolos. Los dos hijos saludaron tiernamente a su padre, no lo
verían en un tiempo, calculaban. Luna besó a su marido, hace años que no se habían alejado un tiempo el uno del otro, salvo aquella vez que Lareth había vuelto a Lessender, pero Lamain, viajero frecuente de Orodwen por su delicioso cordero a las hierbas con arroz, había ayudado a hacer el viaje en poco tiempo. Luna, Telien y Luneth subieron a sus caballos y partieron rumbo a Arathiel.

(escribió Draften)

*****

Null (escribió Gonza)

El sol despuntaba sobre las montañas, y con su calida luz iluminaban la torre blanca. En la “Academia de las Mil Campanas” un escaso grupo de jóvenes se reunían en uno de los salones, sus uniformes negros y plateados aun conservan rasgos de la antigua academia, solo modificado por dos pequeños bordados a cada lado del cuello: unas pequeñas alas doradas.

A diferencia de la Academia de Guerreros, que aceptaba a cualquiera dispuesto a luchar por las creencias de la Dama y de la Torre Blanca, en las Mil Campanas solo se aceptaba a los más fanáticos y selectos miembros. No había cabida para la mediocridad.

Escondida tras la imagen de una escuela de hechicería e investigación, la verdad quedaba oculta en estricto secreto que solo unos pocos conocían.

El salón, amplio y oscuro solía ser usado para las reuniones que abarcaban a toda la academia. En el pulpito, Null ya bastante maduro, con su pelo platinado despeinado y arremolinado, sus ojos azules fríos como el océano, vestía solo una simple túnica negra con estrellas plateadas bordadas en el pecho. Sus únicos adornos eran un anillo de bodas, un trozo de obsidiana tallada para amoldarse al cuello, y una espada al cinto con el símbolo Æ plateado grabado en la vaina.

Mientras los jóvenes iban ingresando en el gran salón la voz desde el pulpito empezó a sonar profunda y pastosa, con un tono entre ironía y asco.

-Felicidades, de entre todos los alumnos de esta Academia de las Mil campanas, ustedes fueron elegidos para servir a la Dama y a sus ideales. Para mancharse las manos, y de ser necesario, sacrificarse por ella y los ideales de la torre blanca: libertad, igualdad y justicia. Los más altos ideales de toda civilización. Aquí, en esta sala, esta lo mejor de toda la creación, los mas valientes guerreros, los exploradores mas silenciosos, los eruditos mas aventureros. Felicidades han elegido el peor de los caminos, el camino más sacrificado y más doloroso, el camino a su propia tumba, a la de sus familiares y amigos, a la miseria y el dolor. Para ustedes no habrá tumbas, no habrá medallas y no habrá memoria. Bienvenidos a la Ultima Pluma, bienvenidos a los peores años de su vida.

Tras el silencio, las puertas del salón fueron cerradas con un estruendo, dejando todo en penumbras.



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Una tenue luz iluminaba un galpón perdido en un pueblo costero, una baja bruma rodeaba todo el pueblo y la poca luz de luna creaba sombras borrosas y mal definidas. En el piso varios cuerpos tirados aquí y allá.

-Tardamos buen tiempo en encontrarte Kondar, pero te encontramos. ¿No habrás creído que saldrías impune o si?.

Null hablaba con serenidad mientras se paseaba mirando distintos contenedores. En el piso, su interlocutor, un calvo y musculoso guerrero que era sujetado por dos figuras ensombrecidas vestidas de negro.

-Sin duda un plan audaz, enemistar dos pueblos para lucrar en el caos, y mandar a los caballeros de Alexia para quitarte de encima enemigos políticos.

-¿Que sabe un rey faldón como tu de política?, no eres mas que un bufón que se esconde tras su señora, ¿y que si yo arroje la primera piedra?, no tienes forma de probarlo, no hay forma de probarlo, todos saben quien ataco primero, incluso ellos reconocieron que fue un grupo de sus guerreros, bajo la ley de tu esposita no me puedes poner un dedo encima, ¿recuerdas todo eso de la justicia? No puedes probar nada figurín, ahora quítame tus monigotes de encima, además ¿no es parte de ser un caballero de Alexia luchar por la igualdad?, mira a mis enemigos quedaron todos igualitos, sin cabeza, sin duda un muy buen trabajo.

-Tienes razón, la justicia de la torre no me permite tocarte… eres… igual a todos y tan libre como todos de hacer lo que quieras... y si fuéramos unos simples caballeritos en reluciente armadura no haríamos nada, pero hay cosas con las que ellos con su código de honor no se pueden entrometer, y es por eso que nosotros no somos caballeros…


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El estudio de la torre, donde Alexia había exiliado a Null y sus experimentos era un tanto pequeño pero acogedor. Frente a las puertas se encontraba el escritorio principal, donde Null le solía dar clases a su hijo. A los lados grandes estanterías circulares amueblaban las paredes que contenían cientos de libros, botellas, y objetos extraños. Tras el gran sillón dos enormes ventanales llenaban el estudio de un color azulado, a ambos lados de estos ventanales se encontraban escaleras que conducían a los niveles superiores. Entre las muchas y variadas decoraciones destacaban los recuerdos de su vida, un anillo, un antifaz y una espada destruida, todo colocado en una estatua que daba la espalda a los ventanales. La estatua era de una mujer de rodillas con lagrimas en los ojos, con los brazos en alto sostenía la espada, en su rostro el antifaz y colgando del cuello el anillo.

Fue en ese salón que un día, durante las clases a Sergis que mantuvieron esta conversación:

-¿Qué es la justicia?, me podrás decir de memoria los preceptos de tu madre, y no estarías equivocado… Pero esa no es la única justicia, la justicia, la igualdad, la libertad, todo depende de cómo se miren las cosas. No quiero decir que las ideas de tu madre estén equivocadas hijo, de hecho, por su simpleza y pureza son las que el pueblo mas adora, y en el fondo es por lo que la amo. Pero esa simpleza trae otros problemas, sus caballeros por ejemplo el idiota de Kuman, emisarios y portadores de la palabra de la Dama a todos los pueblos del mundo, esos pobres infelices no tienen ni idea de cómo enfrentarse a situaciones donde hacer el bien implique hacer un mal. Dime Sergis, ¿quieres a tu madre y hermana?, va a llegar un momento en tu vida en que deberás elegir entre mancharte las manos por los que quieres, o no. Yo te daré las herramientas para lo primero, pues para mi, el fin justifica los medios.

Tras esto, null se levanto para mirar por los ventanales como Mellian y Elisha jugaban

-Después de todo es por esas sonrisas...

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